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OPINION

25 de octubre de 2012

AÑO DE LA FE por el Padre Carlos Arive

Desde el día 15 de octubre, la Iglesia, conmemorando los 50 años del comienzo del Concilio vaticano II y a los 20 años de la promulgación del Catecismo de La Iglesia Católica, promovido por el Papa Benedicto XVI, ha comenzado a vivir este año dedicado a reflexionar e incentivar la fe en Cristo. La convocatoria la inicio el Papa con su carta “Porta Fidei”, que en su comienzo nos dice:
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Desde el día 15 de octubre, la Iglesia, conmemorando los 50 años del comienzo del Concilio vaticano II y a los 20 años de la promulgación del Catecismo de La Iglesia Católica, promovido por el Papa Benedicto XVI, ha comenzado a vivir este año dedicado a reflexionar e incentivar la fe en Cristo. La convocatoria la inicio el Papa con su carta “Porta Fidei”, que en su comienzo nos dice:

1.     “La puerta de la fe” (Hechos 14, 27), que introduce en la vida de comunión con Dios y permite la entrada en su Iglesia, esta siempre abierta para nosotros. Se cruza ese umbral cuando la Palabra de Dios se anuncia y el corazón se deja plasmar por la gracia que transforma. Atravesar esa puerta supone emprender un camino que dura toda la vida. Esta empieza con el Bautismo (Romanos 6, 4), con el que podemos llamar a dios con el nombre de Padre , y se concluye con el paso de la muerte a la vida eterna, fruto de la resurrección del Señor Jesús que, con el don del Espíritu Santo , ha querido unir en su misma gloria a cuantos creen en el. (Juan 17, 22). Profesar la fe en la Trinidad-Padre, Hijo y Espíritu Santo-equivale a creer en un solo Dios que es amor (I Juan 4, 8): el Padre, que en la plenitud de los tiempos envió a su Hijo para nuestra salvación; Jesucristo, que en el misterio de su muerte y resurrección redimió al mundo; el Espíritu Santo, que guía a la Iglesia a través de los siglos en la espera del retorno glorioso del Señor.

Para nosotros los cristianos la fe en Cristo, muerto y resucitado es la luz de nuestras vidas. Iluminados por la luz de la fe, tenemos puesta nuestra mirada y nuestra memoria en Cristo, como dice san Pablo a su discípulo Timoteo: “Acuérdate de Jesucristo que resucito de entre los muertos” (II Tim 2, 8). Esta memoria viva del Señor y el deseo de alcanzar la resurrección hacen, o al menos deben hacer, del cristiano un testigo de esta vida. La vida de comunión con la santísima Trinidad a la cual entramos en el Bautismo y alimentamos en la Eucaristía, favorecen con la gracia de Dios, asemejarnos a Cristo y pasar por la vida haciendo el Bien.

Esta vida, que es Camino en Cristo hasta nuestra muerte, tiene sus luchas, sus valles, sus piedras y sus alturas que escalar; pero también tiene su belleza, su alegría y por sobre todo la paz de la presencia del Señor y el sentido de esta ya tocando la Vida, de la cual Jesús se proclamo a si mismo como la Vida: “Esta es la Vida Eterna: que te conozcan a Ti, el único Dios verdadero, y a tu enviado Jesucristo” (Juan 17, 3).

Pero no alcanza con llegar a esta comunión con dios porque la misma fe nos exige que la compartamos para que todos lleguen a esta felicidad:

            “Lo que existía desde el principio, lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que hemos contemplado y lo que hemos tocado con nuestras manos acerca de la Palabra de Vida, es lo que les anunciamos. Porque la Vida se hizo visible, y nosotros la vimos y somos testigos, y les anunciamos la Vida eterna, que existía junto al Padre y que se nos ha manifestado. Lo que hemos visto y oído se lo anunciamos también a ustedes, para que vivan en comunión con nosotros. Y nuestra comunión es con el Padre y con su Hijo Jesucristo. Les escribimos esto para que nuestra alegría sea completa” (I Juan 1, 1-4).

En el año de la fe, compartimos nuestra fe, para que nuestra alegría sea completa. Padre Carlos.

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